Derechos y Verdad


 «NO CONFUNDAMOS EL DERECHO A PENSAR LO QUE UNO QUIERA, CON EL DERECHO (QUE NO EXISTE) A QUE LO QUE UNO PIENSA SEA VERDAD»

Jesús Zamora, catedrático de Filosofía de la Ciencia en la UNED: 
Las pseudociencias, el misticismo, la religión, las ideologías, y, en general, las creencias sin fundamento científico tienen perfecta cabida en una sociedad libre: nadie tiene que decirme si prefiero pasar el domingo viendo fútbol, protestando contra el comercio de pieles, acudiendo a una procesión o jugando a la güija. Todas esas actividades deben considerarse como una forma de ocio, de expresión personal, que cada uno tiene todo el derecho del mundo a llevar a cabo mientras no perjudique a los demás. El horóscopo en las revistas tiene, por tanto, el mismo valor y justificación que los chistes: que hay gente a la que le gusta. Lo malo es, obviamente, cuando quienes tienen esas creencias infundadas se atribuyen el derecho a que esas opiniones se tomen como creencias fundadas, que determinen las decisiones públicas, sea en la materia que sea, desde la educación a la sanidad o a la política científica. Como he dicho en alguna ocasión, no debemos confundir el derecho que tiene cada uno a pensar lo que quiera, con el derecho (que no existe) a que lo que uno piensa sea verdad.

En UNI-CIENCIA 2013 va a participar en la mesa titulada Para pensar mejor. ¿Cree que una de las carencias de nuestra sociedad es precisamente ‘pensar mejor’?

Decía Descartes que el ‘buen sentido’ es la cosa mejor repartida del mundo, porque todo el mundo piensa que tiene de sobra. Pero ciertamente la cosa cambia cuando cada uno pensamos en el ‘buen sentido’ que tienen o dejan de tener los demás, y lo más probable es que los demás también tengan razón cuando piensan que nosotros tenemos menos del que conviene. Bromas aparte, es cierto que, en nuestro país, el nivel de formación en general, y el de formación científica en particular, dejan bastante que desear, y no solo en relación a cuántas cosas sabe la gente, sino sobre todo en la capacidad de enfrentarse con mente abierta y recursos cognitivos a los problemas con que cada uno tengamos que lidiar. Nuestra educación, a todos los niveles, sigue siendo excesivamente memorística y, salvo por la buena voluntad de algunos profesores, se hace poco hincapié en la necesidad de comprender, de relacionar unas cosas con otras, de sacar consecuencias, de contrastar opiniones. Eso es más preocupante todavía cuando nos referimos a las capacidades y destrezas intelectuales de las élites políticas, económicas o culturales, que tendrían que desempeñar un papel ejemplarizador que brilla por su ausencia.

Pseudociencias y misticismos se cuelan cada día en los informativos de televisión. ¿La culpa es de la falta de cultura científica de los periodistas?

Las pseudociencias, el misticismo, la religión, las ideologías, y, en general, las creencias sin fundamento científico tienen perfecta cabida en una sociedad libre: nadie tiene que decirme si prefiero pasar el domingo viendo fútbol, protestando contra el comercio de pieles, acudiendo a una procesión o jugando a la güija. Todas esas actividades deben considerarse como una forma de ocio, de expresión personal, que cada uno tiene todo el derecho del mundo a llevar a cabo mientras no perjudique a los demás. El horóscopo en las revistas tiene, por tanto, el mismo valor y justificación que los chistes: que hay gente a la que le gusta. Lo malo es, obviamente, cuando quienes tienen esas creencias infundadas se atribuyen el derecho a que esas opiniones se tomen como creencias fundadas, que determinen las decisiones públicas, sea en la materia que sea, desde la educación a la sanidad o a la política científica. Como he dicho en alguna ocasión, no debemos confundir el derecho que tiene cada uno a pensar lo que quiera, con el derecho (que no existe) a que lo que uno piensa sea verdad.

¿Y qué papel tienen los periodistas en este escenario?

Naturalmente es exigible que los periodistas sepan discriminar qué cosas son conocimientos legítimos, y qué ideas son meras bobadas sin ningún fundamento racional que permita aceptarlas. Pero, por desgracia, si el nivel de conocimientos con el que los periodistas salen de la facultad es bastante bajo por lo general en materias humanísticas, en materias científicas es directamente lamentable. Hablando, como digo, en general, porque siempre hay honrosas excepciones.

¿Cómo puede aumentar la cultura científica de la ciudadanía?

En primer lugar, el modo de enseñanza de las ciencias en la educación primaria y secundaria tendría que cambiar radicalmente, fomentando la curiosidad y la capacidad de juicio crítico. A la inmensa mayoría de la gente le va a resultar inútil en su vida saber el papel de las mitocondrias en la célula, no tiene ningún sentido obligarles a aprendérselo durante unos pocos días. Sin embargo, a todo el mundo le resulta útil y enriquecedor entender en qué mundo vivimos, y eso es lo que debe fomentarse.

¿Y en segundo lugar?

Debería potenciarse muchísimo más la valoración social de la gente que se dedica a la investigación, al conocimiento y de las instituciones que lo fomentan. En eso los medios de comunicación tendrían que desempeñar un papel de creación de valores, como el que han asumido sin complejos en otros ámbitos (deportes, música, moda…), aunque la responsabilidad principal es, sin duda, de los poderes públicos y de sus políticas educativas, de investigación, económicas y culturales. Tal vez no sea ni siquiera necesaria una política proactiva de fomento de la valoración social de los científicos e investigadores; quizá bastaría con que fueran intransigentes con quienes alcanzan visibilidad e influencia social gracias al ‘chanchulleo’ en cualquiera de sus formas, y con que el ministro de Hacienda fuese realmente duro con ellos.

A pesar de que el fin del mundo maya ocupara gran atención de los medios, también han recogido algo tan complejo como el bosón de Higgs. ¿Qué hace falta para que la información científica aparezca en los telediarios?

Salvo en rarísimas ocasiones, el conocimiento científico es de por sí muy poco noticiable, pues avanza demasiado lentamente como para que haya algún cambio significativo de un día para otro. Aunque yo creo que la ciencia debe ser un elemento importante de los medios de comunicación, no me parece que las secciones de noticias sean el lugar más importante. El formato de reportaje o documental, donde se puede hacer más esfuerzo para la comprensión, es mucho más adecuado. Eso no quiere decir que no haya de vez en cuando noticias significativas.

¿Cuál es el problema entonces?

No nos engañemos, la principal razón por la que hay pocas noticias sobre ciencia en los informativos españoles y en sus portadas es más o menos la misma que la razón por la que hay muy pocas noticias sobre criquet: porque a la mayor parte de la gente no le interesa, y también porque hay muy pocos españoles jugando, por así decir, en las ligas más importantes. Piénsese en cómo se ha incrementado la información sobre la NBA desde que hay varios españoles jugando allí. Si hubiera unas cuantas decenas de españoles que fueran candidatos verosímiles a un premio Nobel de ciencias, el interés mediático por sus descubrimientos y los de sus colaboradores aumentaría, sin duda alguna. Pero en España no se ha intentado realmente hacer algo parecido en el terreno de la ciencia al esfuerzo que se hizo en los últimos 20 años para poner nuestro deporte de alta competición al envidiable nivel mundial que tiene ahora (al menos en algunas disciplinas, y sin contar el esfuerzo bioquímico, que de ése también ha habido). No se ha intentado porque es muchísimo más caro, porque hay que cambiar demasiadas cosas, remover demasiados privilegios, exigir demasiado esfuerzo y porque los resultados son demasiado a largo plazo, como para que sea electoralmente rentable.

En este proceso de divulgación, ¿qué papel tienen los científicos?

Siempre he defendido que el esfuerzo de divulgación debe ser una parte consustancial del contrato social por el que los ciudadanos facilitan a los investigadores los recursos que utilizan en su trabajo, incluido su salario y su formación. Como decía el gran Lope de Vega, “y puesto que lo paga el vulgo es justo / hablarle en necio para darle gusto”. Los ciudadanos, además, apoyarán más intensamente la investigación científica si lo ven como una actividad humana, como un trabajo cuyos resultados pueden valorar en alguna medida. Los investigadores, por lo tanto, debemos bajar de vez en cuando a la calle.

¿Cree que internet o las redes sociales perjudican o benefician a la cultura científica?

Ahí soy irremediablemente optimista. Tiendo a pensar que, a la larga, las buenas ideas triunfan sobre las malas. Es más probable que alguien que no conoce la cultura científica y piensa en ovnis, fines del mundo, reencarnaciones y cosas así, descubra por casualidad algún sitio en el que se dé una visión científica de algunos asuntos y se replantee sus antiguas creencias, que lo contrario. Así que, aunque es verdad que en internet hay infinitas cantidades de basura intelectual, los sitios aceptables terminan ejerciendo una atracción, pequeña pero constante. Además, la facilidad que da internet para propiciar el debate, el intercambio de argumentos, creo que también fomenta la racionalidad, aunque a menudo pueda parecer lo contrario. Al fin y al cabo, la racionalidad tiene que ver, sobre todo, con considerar las opiniones de cada uno como algo susceptible de recibir argumentos a favor o en contra. Obviamente, Twitter o Whatsapp son herramientas poco apropiadas para celebrar un debate, pero hay muchas más, y las redes sirven más bien como señalización de dónde están los debates interesantes.